martes, 24 de junio de 2014

Sopita de invierno!

Reinventé una sopa exquisita tres veces. Es decir hice que cada día sea una sopa más rica.

Lo cierto es que empezaron siendo unas verduras hervidas, nada fuera de lo común, que al día siguiente se hicieron sopa de verduras con el agregado siempre al pie del cañon:los fideitos munición.
La primera vez que la probé me alegré de encontrarme con ese sabor rico del zapallo por sobre lo demás, pero el sabor intacto del resto de las verduras en el paladar. Era naranja,por el zapallo.
Al otro día se lo comenté a un amigo,como al pasar, que no sabía que rica la sopa de verduras que  había hecho.Por supuesto que no fue un comentario que abriera un debate desenfrenado entre mi amigo y yo ni que nos dejara conversar un rato largo sobre sus pro y sus contras, pero al menos me quedé minimamente satisfecha. Alguien más en el mundo sabía que esa sopa estaba increíble.

La guardé en un tupper algunos días.
Creo que no quería que se terminara y que un poco hasta me había empezado a aburrir.

Me atiborré algunos días de comidas chatarras e hidratos de carbono y recurrí finalmente una noche al tuppercito de tapa roja que me miraba desahuciado hacía días.
Ahí estaba ella, radiante y a la espera. Sabía que era imperdible. Como esos hombres que pueden pasearse por una fiesta con ese aire en la cara que solo es posible de conseguir cuando uno se sabe dueño absoluto de todas las miradas.
Como esa sonrisita que se nos dibuja un segundo antes de saber un resultado que sabemos que hemos acertado.
La saqué del tupper y la puse al fuego en una ollita negra sin manija.Le agregué agua,un caldito de verduras y le puse la tapa. La dejé ahí un rato largo y seguí con mis cosas.
La serví en el tazón con cierta incredulidad,debo confesar. Temí que el pasar de los días, y el agregado del agua y los fideitos absorviendo todo el tiempo iban a ser una mezcla un tanto extraña.

Amé el momento en que la primer cucharada me obligó a retractarme.

Y ahí, sentada en la mesa con la televisión puesta en uno de esos programas de cocina donde la gente concursa para hacer el mejor Cup-Cake, pensando en que me parecen un poco boludos pero siempre termino mirándolos, revolviendo continuamente la sopa alternando con pequeños soplidos en lugares específicos, pensé que tal vez, algunas cosas de la vida que creemos lejanas y desconocidas son tan fáciles de detectar como el sonido de la lluvia.
Algunas cosas de esas que nos cansamos de escuchar y creemos comprender es la soledad.
Si uno se pusiese a conversar con sus amigos sobre lo feo de encontrarse en soledad, probablemente la mayor parte de ellos asegurará que debe ser espantoso, que se angustian de solo pensarlo y algunos, casi los más audaces, asustarán un poco a los demás con eso de que probablemente ninguno de nosotros sepamos qué siente esa gente, que debe ser casi imposible de verbalizar.
Y ahí, casi siempre, se va a producir un silencio raro como una mezcla entre largo y algo pesado. Todos sabemos que probablemente tenga razón. Que a esa gente el alma les debe pesar tanto que les impide moverse de la cama. Y ahí, cuando los ejemplos que nos inunden la cabeza y las imágenes que pagaríamos por no protagonizar nos invadan,vamos a romper otra vez el silencio para decir que si, que tienen razón que mejor hablemos de otro tema. Y a otra cosa mariposa.
Sabemos que con suerte podremos pasar una vida medianamente digna sin haber visto a la soledad asomarse muchas veces.
Y también sabemos que está la otra. La vida a media asta y las manos arrugadas de pedir por favor.
Todos vivimos un amanecer solos. No todos vieron uno acompañado.
Y ahí arranca la grieta y el espesor en el alma ¿No?. Debe ser que de esas cosas se acuerda,al final de la vida, la gente que se siente sola ¿no?.
Me imagino como una especie de anotador imaginario que se ha hecho ya un inventario de todo lo que no hicieron. Imagino también que por esos lados no haberse contado un secreto debajo de las sábanas debe pesar más que el olvido de algún color favorito o una canción preferida.
Y ahora me doy cuenta que al final eso de ponernos en el lugar del otro no nos sale nunca. Y que vivimos un montón de tiempo con los ojos cerrados, por no perdernos de nuestro camino,pensando que a nosotros no,que no nos va a pasar,que si Dios quiere no, y nos olvidamos de que todas esas veces en que a nosotros no, a los otros si.
Y en que seguramente, la soledad debe ser eso: el día que te das cuenta que hace unos cuantos platos de sopa que no tenes con quién conversar.

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