martes, 10 de septiembre de 2013

Las siestas de mi pueblo...


Si finalmente las preguntas curiosas de la vida pudieran hacerse realidad, si lo de irse a una isla desierta con solo tres cosas o mudarse a cualquier lugar del planeta fuera posible en un abrir y cerrar de ojos, yo quiero contarles que sé dónde quiero volverme vieja.
Ahí,en el lugar que requiere mil indicaciones para que lo encuentren en el mapa.El mismo que parece no existir si uno no encuentra cómo explicar dónde está pero que vive eternamente en el alma de los que nacimos bajo sus alas.

Ahí en una siesta de verano.

Las siestas de mi pueblo tienen ese aroma especial que no se explica. Esa calma que la urbanidad nos quita.
Las siestas de mi pueblo tienen colores pasteles y sonidos lejanos. Calor que entorpece la respiración y colorea las mejillas.
¿Cómo no voy a querer quedarme en ese recuerdo para siempre?Si aun hoy y casi sin ningún esfuerzo me veo a mi de chica con la bici,recorriendo la serenidad de esas calles a la hora en que los grandes duermen  para "pasar a buscar" a mi primo y salir a conocer el mundo.

Ahí mismo donde las moras de la plaza son siempre rojas y las flores de las veredas están siempre vivas.
Donde el ring raje es la música preferida de los chicos.
Donde el calor es mucho más que calor si te encuentra mamá jugando a ser cocinera a escondidas a la hora de la siesta.

El mismo lugar donde un día mis hijos correrán descalzos bajo un sol de mediodía para palpar la vida en su estado más puro.

Ahí mismo donde los raspones y las caídas de los arboles se hacen incontables.

Porque si pienso. Si me hago un bollito y pido con todas mis fuerzas volver al estado más puro del mundo, en el pecho se me dibuja un sol enorme y mis ojos se hacen grandes para ver todo otra vez
Para ver como de vuelta  tengo las manos llenas de harina y pasto intentando que nadie se de cuenta que esos yuyos son el ingrediente oculto de mis recetas. Para sacar la bici del patio, recorrer las cinco cuadras abajo de un sol como hoguera, pasar a buscar a mi primo que como siempre tiene la playera azul bien preparada, rodear la casa de la abuela para que no vea que andamos "abajo del sol desde tan temprano", reírnos a carcajadas de algún chiste al pasar y comentar bajito con la intención de que el viento no nos robe las palabras, que ahí, donde las campanas de la iglesia siempre tienen algo de misterio y los baldíos enormes nos abren las puertas para las tantas travesuras, yo quiero vivir eternamente.

En sus calles, en su olor, en la infinita cantidad de cosas que lo definen. Ahí,para siempre en el aire de algún miércoles de enero a las dos de la tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario